La barca de la ilusión

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Mario Zetino 

La Sibila y Eneas continuaron su camino por el bosque silencioso, y llegaron al río. Allí el barquero los vio. Y entonces remó hasta la orilla, y les atajó, furioso, el paso.

Virgilio, Eneida, VI

 

No es en la barca de las ilusiones

que vamos a cruzar el Aqueronte, querida.

Nos va a tocar vérnoslas con Caronte,

el barquero con ojos de llamas.

Ese viejo enojón que te sube a su bote

sólo si tenés para pagarle

una moneda de oro.

Pero si ahorrar para ir al cine los domingos ya cuesta,

decime, ¿de dónde vamos a sacar una moneda de oro?

 

Ese viejo enojón, te digo,

te mete todo apretujado con los demás pasajeros,

arma un gran despelote de almas

y, para colmo, ¡te pone a remar a vos!

Y cuidadito te descuidás

y te quedás mirando el paisaje sobrenatural del río;

cuidadito te entretenés en tomarle una foto,

porque, sin que sintás de dónde,

¡plaz!,

el condenado Caronte

te pega tamaño latigazo

y te grita que te va a tirar al agua

si seguís de inútil,

que dejés de soñar despierto

y te ubiqués a dónde estás;

que no estás en un carrusel con algodón de azúcar

ni en un barco de utilería de Disneylandia,

que estás en el mero

Reino-de-los-Muertos

—pero si eso ya lo sabemos, Caronte:

¡compramos los tickets a la entrada!—

y que aquí ya no hay turismo.

¿Que no le enseñaron a este tipo nada de buen trato al cliente?

Mirá nada más, linda, ¡qué aguafiestas!

 

Así que si nos toca atravesar el Aqueronte

y no somos la Sibila y Eneas

—y ya ves que no somos esos dos,

que simple y llanamente somos sólo vos y yo—,

nos va a tocar remar, nos va a tocar

aguantarle a Caronte su humorcito

de can Cerbero

sin bozal.

 

Ya ves, ya vemos, querida:

no es en la barca de las ilusiones

que vamos a pasar.

No es tomándonos un café y comiendo pastel de chocolate,

así como estamos hoy,

y platicando de asuntos tan tranquilos y acolchonados

como los libros, la música, l’amour

y todas esas cosas con las que nos encanta gastarnos las horas.

Con Caronte, ya lo vemos,

no va así la canción.

 

Pero te juro que si el viejo Caronte pasara ahorita por este café,

si anduviera con su barca por este centro comercial

y de puritita casualidad pasara por aquí y nos viera,

se detendría, te lo juro, querida,

se detendría y casi se caería de su barca

cuando nos viera con nuestra estampa de reyes.

Cuando te viera

entre este tiempo de mortales.

 

Porque él sabría que lo único vital en este mundo,

lo único esencial de este mundo o del otro,

es bajarse de su barca

y quedarse en mi lugar, en mi tiempo, en mis ojos,

platicando,

recordando poemas favoritos,

riéndose sin conciencia del volumen

con vos.

 

Porque él sabría que lo único vital en este mundo,

que lo único de verdad necesario de este mundo o de cualquier otro,

es quedarse y estar,

es mirarte y sentir tu vida, tu alegría

el día entero.

 

Que ya pueden pagarle con cupones vencidos del súper en vez de monedas de oro.

Que cualquiera, de veras que cualquiera,

puede pasar de un momento a otro

y recoger su capa

y agarrar en un par de segundos

su mismo tonito de gritarle a las almas

y su látigo terrible

y sus ojos con llamas

y todos sus efectos especiales de espectro del inframundo

e irse a pasar almas por el Río de los Muertos

la eternidad entera si le da la gana.

 

Si el viejo Caronte pasara por aquí y nos viera,

si se enterara de que vos existís en este mundo,

si supiera de tus ojos, de tu risa, de tu luz,

sabría con una certeza total definitiva

que cualquier otro puede hacer en su lugar todas esas cosas sobrenaturales y épicas,

y que, incluso,

si no aparece nadie que las haga,

pues que se van a quedar sin hacer,

porque lo que es él,

él se queda porque se queda

a platicar,

a platicar con vos,

querida.

 

Y su barca, vacía,

allá, a la deriva,

con la radio sintonizada en pura estática

sobre las ondas eternas

del Aqueronte.

(De Los caballos dorados, 2017)

 

Mario Zetino (Santa Ana, El Salvador, 1985) es escritor y traductor. Ha publicado los poemarios Uno dice (Índole Editores, 2013) y Los caballos dorados (Zeugma Editores, 2017), y compiló la antología de poesía salvadoreña contemporánea Memorias de la Casa. 25 poetas (Índole Editores, 2011). Traduce poesía del inglés al español; una muestra de su trabajo puede encontrarse en la revista La zebra. Es Licenciado en Letras por la Universidad de El Salvador, y se dedica a la investigación académica en estudios literarios y en educación. Escribe el blog Uno dice.

 

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